Un grupo de
jóvenes encontró en el arte de las tablas su lucha contra la violencia.
Ensayo. Las
obras surgidas a raíz de las capacitaciones y la improvisación de los jóvenes
ya han sido vistas por más de 600 personas tanto en El Alto como en La Paz.
La Razón (Edición Impresa) / Isabel
Garcia
00:00 / 05 de abril de 2015
Entre un sinfín de comerciantes populares, en el
interior de una de las miles de casas de ladrillo a la vista de la ciudad de El
Alto, un grupo de jóvenes ensaya a viva voz y representa historias actuadas que
se las han aprendido leyendo, revisando e imaginando el guion provisto.
Discursos, gestos, escenografía y sonido conforman la amalgama artística en un
modesto espacio que simula un magnífico escenario.
Adriana (nombre ficticio), una adolescente esbelta y
de cabello largo, expone al resto del grupo el monólogo que ha preparado sobre
violencia sexual. La sala alquilada en el barrio de Villa Adela tiene apenas 40
metros cuadrados de espacio diáfano, unas cuantas sillas amontonadas y un bidón
de agua. La joven se mueve con total soltura, fruto de los muchos talleres y
capacitaciones previas. Desprovista de artilugios, el cuerpo es su única arma
de interpretación. Al fondo, en un pequeño despacho, María Elena Cárdenas,
actriz y coordinadora del centro Albor de arte y cultura, empieza a narrar la
historia de la compañía.
El grupo se fundó hace 17 años cuando ella era una
“changuita” de tan solo diez que comenzaba a cuestionar su identidad cultural.
Durante el primer mandato de Sánchez de Lozada, en El Alto, una ciudad de
mayoría indígena pero donde paradójicamente era una vergüenza identificarse
como tal, un grupo de amigos de entre 10 y 18 años comenzaron a replantearse
cuál era la cultura a la que querían convertirse de adultos. “Recuerdo que en
la radio había programas donde la música tecno y hip hop estaban en auge y casi
todos los jóvenes preferían la música estadounidense y desconocían lo que se
hacía acá”.
Mientras las plazas arenosas de la ciudad se llenaban
de adolescentes hiphoperos que tenían a 2pac y Snoop Dogg como referentes,
María Elena y los suyos comenzaban a hacer poesía social, histórica, contestataria.
“Nuestro objetivo era frenar esa pérdida de identidad cultural propia”,
recuerda María Elena.
“Decidimos llamarnos Albor por la primera luz del día,
del principio de nuestro camino. Siempre estamos aprendiendo y aplicando
experiencias nuevas. Siempre estamos al inicio de algo”, explica la actriz.
Lo que empezó con manifestaciones artísticas a través
de la poesía, fue poco a poco haciéndose más grande. Así, otras disciplinas
como el teatro experimental y los derechos humanos se colaron entre sus
prioridades. A la pregunta de por qué hacer arte surgieron claras respuestas:
por la falta de democracia, por las injusticias, por la discriminación, por la
violencia y un largo etcétera. “Identificamos que lo que hacíamos tenía un
mensaje para sensibilizar a la población, no era arte por el arte”.
Como grupo comprometido con lo que acontece a su
alrededor, estos muchachos han participado siempre en las reivindicaciones
sociales y políticas de su entorno. A través de la poesía y el teatro en la
calle formaron parte de la “guerra del gas” en 2003, la rebelión popular que se
opuso al plan de “Goni” Sánchez de Lozada de vender gas natural licuado a
Estados Unidos a través de Chile. “Tenemos una militancia muy fuerte con los
procesos históricos, con lo que ha pasado, con lo que está pasando. Somos un
grupo bien luchador, bien guerrero”.
Hoy el centro tiene más de 100 integrantes que
participan en los círculos de estudio teatrales, literarios y poéticos. Todo a
costo cero. “Los chicos que vienen aquí no pagan nada”, puntualiza María Elena,
que recalca la labor social de atender a jóvenes y adolescentes que provienen
de contextos vulnerables.
Desde que comenzaron, el grupo se ha autogestionado
gracias a lo recaudado con la representación de sus obras. Una versión de Las
venas abiertas de América Latina del uruguayo Eduardo Galeano, un drama sobre
la vida del caudillo indígena Túpac Katari o Machicidio, han sido algunos
textos de los que se han servido para denunciar violaciones a los derechos
humanos y al mismo tiempo autofinanciarse.
Desde 2005 y en periodos no consecutivos, reciben
apoyo financiero de Suecia. Primero a través de la ONG Solidaridad
Suecia-América Latina (SAL) y en la actualidad con la institución Svalorna,
dentro del programa Suma Thakhi (buen camino en aymara). El objetivo de la
alianza entre la ONG y Albor es trabajar con jóvenes de las ciudades de El Alto
y La Paz para la exigencia y respeto de los derechos sexuales y la no violencia
por identidad de género. Las obras de teatro surgidas a raíz de las
capacitaciones y la improvisación de los jóvenes ya han sido vistas por más de
600 personas en ambas ciudades.
Asimismo, el apoyo de los residentes bolivianos en
Suecia ha logrado llevarlos al país escandinavo en varias ocasiones para representar
sus obras. “La experiencia fue muy linda. En 2009 hicimos una gira de dos meses
y medio con Las venas abiertas de América Latina por diez ciudades suecas, y
también en Dinamarca. Como la función era en español, le dimos más peso a la
parte visual. Conectamos muy bien con el público”, explica María Elena.
Terapia artística
Gabriela (nombre ficticio) recorre cada tarde durante
más de una hora el tramo que separa su casa en Achumani del centro Albor en la
ciudad de El Alto.
Formar parte de la compañía ha sido su sueño desde que
tenía 12 años, cuando veía las convocatorias colgadas de las paredes de su
colegio. “Como vivía lejos, nadie me podía traer y tampoco me dejaban venir
sola”. En la actualidad ya ha superado la mayoría de edad y lleva un año asistiendo
a los círculos de estudio que propone el grupo teatral como metodología de
trabajo.
Los círculos, heredados de la cooperación sueca,
manejan el aprendizaje de forma colectiva donde se promueve la cooperación, la
solidaridad y la construcción de una cultura democrática. “El plan de trabajo
tiene una parte de formación teatral, después otra de aprendizajes y desarrollo
de temas, y por último la puesta en escena”, aclara María Elena.
Josué Santos todavía se emociona al recordar la
primera vez que se subió a un escenario para actuar. “Estaba muy nervioso, fue
el pasado mes de septiembre. Llevábamos todo el año trabajando el tema de la
violencia basada en identidad de género y derechos sexuales y por fin hicimos
la representación”, recuerda el actor.
Esa tarde, la obra No te duermas con cuentos de hadas
puso en pie al público de una unidad educativa en Villa Adela. Fruto del
trabajo colectivo de muchos meses logró su objetivo: sensibilizar a estudiantes
y profesores sobre la problemática de la violencia sexual que coloca a Bolivia
como el segundo país de Latinoamérica con más casos, solo por detrás de Haití.
Según la Defensoría del Pueblo, 83% de niñas, niños y adolescentes sufren
violencia en sus hogares o escuelas, y en promedio 16 menores son violados cada
día.
“Creemos que la educación es la clave. A las obras de
teatro se invita a los alumnos, a sus padres y profesores, de manera que la
concientización es integral”, agrega María Elena. Los integrantes del grupo
también son beneficiarios directos. Muchos adolescentes son víctimas de las
mismas vulneraciones de derechos que interpretan, “lo que supone un doble
esfuerzo para ellos, ya que se enfrentan a sus propios miedos y problemas”.
Adriana termina su improvisación sobre violencia
sexual frente al grupo. Sus compañeros la observan expectantes. El impacto es
notable en sus rostros.
Ella levanta la mirada y la dirige hacia su profesor
esperando su aprobación. Detrás de sus ojos negros se perfila la madurez de una
adolescente con un pasado familiar duro. “En mi hogar sufría violencia
psicológica y física y el machismo siempre ha estado muy presente. Desde que
estoy en Albor he aprendido que la mujer y el hombre tienen que vivir en
igualdad. He cambiado y ahora estoy cambiando mi hogar. Ya no me dejo violentar
por un hombre que quiera sentirse superior, todos tenemos los mismos derechos”,
apunta Ariana.
Otro de los objetivos del grupo es preparar a jóvenes
líderes y lideresas que como Adriana quieren transformar la realidad que los
rodea. A través de las capacitaciones de réplicas se pretende que una vez
formados los integrantes, sean ellos los que multipliquen ese efecto
transformador en otros jóvenes de su entorno. Así, algunos temas como derechos
sexuales y reproductivos, la diversidad sexual y de género o la violencia ya se
tratan en colegios de las ciudades de El Alto y La Paz, algo impensable en los
inicios del grupo teatral hace casi dos décadas. Poco a poco la mentalidad de
la sociedad va siendo más aperturista y los nichos para sensibilizar se abren
en ámbitos educativos, una herramienta que desde el grupo consideran
fundamental para alcanzar sus objetivos. En un pequeño reducto al final
del local, María Elena muestra algunos éxitos cosechados por el grupo en sus 17
años de existencia dentro del circuito cultural alteño. Carteles de las obras
de teatro más aclamadas, premios y reconocimientos inundan el espacio en las
paredes y estantes. Entre todos los afiches y recuerdos, sobresale una
fotografía que ya luce antigua, desgastada por el tiempo, y en la que se ve a
los jóvenes fundadores del grupo de teatro saludando después de una de sus
primeras funciones. María Elena esboza una sonrisa y reflexiona en voz alta.
“Qué pequeños éramos, y qué soñadores”.
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